sábado, 8 de octubre de 2011

“Y en todas estas islas existe gente de muy diversas hechuras, pero todos son horrorosos a la vista”: el liber monstruorum de Jean de Mandeville.


Por: Gerardo Altamirano

El Libro de las maravillas del mundo de Jean de Mandeville –o livre de merveilles du monde, título original en francés antiguo– es una especie de itinerario de viajeros del siglo XIV, que describe las cosas y lugares que cualquier peregrino occidental de esa época podía encontrar en su camino hacia Tierra Santa. No obstante, permanecer en esta definición resultaría un hecho por demás reduccionista, ya que esta obra puede estudiarse como una auténtica enciclopedia de su tiempo que recoge, entre cosas, temas tan llamativos como las maravillas de Oriente. Un Oriente que, en todo momento debe ser codificado como la otredad y que muchas veces se identifica con la noción de monstruo, pues para Mandeville, como para cualquier hombre del medioevo, Oriente es un espacio ambiguo: tierra de promisión, cuerno de la abundancia, pero también hábitat natural de razas malditas.

Aclarado este punto, comienzo por decir que el Libro de las maravillas está claramente dividido en dos secciones. En la primera, Mandeville da sugerencias para llegar a Jerusalén, si es que se parte de Francia o de Inglaterra; mientras que, en la segunda, de más interés para nosotros, describe lo que él mismo denomina tierras situadas más allá. Con “ese más allá”, debemos entender no sólo una noción geográfica; sino, en absoluto, una visión ideológica y cultural; y es que en esta parte, el autor del texto describe tierras que por completo salen del mundo cotidiano occidental. Tierras que si bien, algunas, pueden identificarse en la realidad extratextual (como Catay-China); también las hay aquellas que son meramente producto del devenir de lo fantástico, situadas únicamente detrás de las fronteras de los textos, como es el caso del reino del Preste Juan.

De ahí que, antes de comenzar un análisis a la obra de Mandeville, sea conveniente citar un ejemplo de esos textos que comparten, con la obra mandevilliana, el concepto y tratamiento de lo monstruoso. Este es el caso de la Carta del Preste Juan. Un documento que, hacia la segunda mitad del siglo XII, comenzó a circular por Europa, llegando a las manos de los emperadores más importantes de Occidente y que estaba firmada por un tal Prestiber Iohanes; personaje al que se le atribuía un legendario reino cristiano en Oriente y que tenía sojuzgados países tan lejanos y exóticos como la India, además de una serie de pueblos monstruosos que el monarca, en la célebre misiva, describe de la siguiente manera:


En nuestra tierra viven y se alimentan elefantes, dromedarios, hombres cornudos, lamias, gigantes, mujeres con pies de caballo […Además] tenemos otras naciones que sólo se alimentan de carne, tanto de hombres como de animales y fetos […] A estas naciones cuando queremos las conducimos contra nuestros enemigos y, por nuestra Majestad, les damos licencia para que se los coman, sin que dejen nada de hombres y animales. Luego que se han comido a los enemigos, los devolvemos a su lugar. (90-91)

Con estas afirmaciones, se entiende por qué la figura del Preste Juan llegó a convertirse en un auténtico espectro que asoló la Europa Occidental. Sin embargo, lo que me interesa señalar aquí es, precisamente, el tratamiento que el autor de esta carta da a lo monstruoso, pues éste se delega a dos aspectos: al aspecto físico, pero también al social, debido las practicas que estos pueblos poseen, como el canibalismo. Motivo que Mandeville recupera, dos siglos después, al hablar de los habitantes de Doundun, quienes, a su parecer, “tienen extrañas costumbres, pues el padre se come al hijo, el hijo al padre, el marido a la mujer y la mujer al marido” (225), todo esto en actos funerarios rituales.

Siguiendo esta lógica, como en la carta del Preste Juan, la noción de lo monstruoso en el Libro, puede dividirse también en dos grandes rubros. El primero, como en el caso citado, estaría dado por el comportamiento de los diversos pueblos, que no sólo practican el canibalismo, sino que también viven en cuevas o no cuecen sus alimentos; hechos que los animalizan, debido sus prácticas sociales y esto ya es un primer nivel de mounstrificación. Señala Mandeville:

En otra isla hay gentes que caminan a cuatro patas como las bestias, tienen toda la piel cubierta de plumas y saltan de un árbol a otro tan diestramente como las ardillas y los monos. (260).

Más interesante que lo anterior, resulta el tema del lenguaje; y es que si hay una característica lingüística que distinga a las razas monstruosas es el lenguaje atrofiado, o por lo menos la equiparación del mismo con el de las bestias. De esta manera, Mandeville, hablando de los habitantes de las tierras del preste Juan, señala lo siguiente:


Por aquellos desiertos, andan muchos hombres salvajes de extraña forma y figura. No hablan lengua alguna, sino que gruñen como puercos” (246).

Lo mismo sucede con los habitantes de la isla de Tracoda, de quienes el autor dice:

Son como animales irracionales, viven en cuevas que excavan en la tierra, pues carecen de conocimientos para construir casas. Comen carne de serpientes, pero comen poco y no hablan nada, aunque silban como las serpientes. (222)

Con estas dos referencias, nos encontramos indudablemente ante la política del lenguaje y una especie de colonialismo avant la lettre; es decir, ante la visión del Uno, que es Occidente, los habitantes de Oriente –que siempre serán el Otro– no tienen derecho a una lengua inteligible, sino acaso, a un lenguaje que los asemeje a la animalidad. Así lo sostiene también Rossi Reder, quien en su artículo “Wonders of the beast: India in Classical and medieval literature” señala lo siguiente:

The early accounts of India and these lands presuppose the superiority of Western peoples over Non-western peoples. One way to mark this is, definitely language [… which] is somewhere between human and animal speech. Kunokephaloi, for example, can understand human speech, but they are not sophisticated enough to replicate the sounds. (59)


Por otra parte, lo monstruoso en Mandeville, puede estar dado a partir de la apariencia física y sus diversas presentaciones. Es decir, el Libro da cuenta de seres con más o menos miembros, con más o menos talla; o bien, con ciertas partes que no son propias de su naturaleza. En este sentido, siguiendo a Kapler, podemos afirmar que lo monstruoso en la obra de Mandeville se da, principalmente, por tres medios: la omisión, la hibridación, y la hipérbole. Un ejemplo de mezcla entre prácticas monstruosas y mounstrificación por omisión es el siguiente:

"En todas estas islas hay gentes de muy diversas formas, pero todas horrorosas a la vista, tienen un ojo en la frente y no comen sino carne cruda." (226)

O bien, únicamente por el método de omisión encontramos que :


"En otra isla hacia el sur viven gentes de muy fea hechura y mala condición: no tienen cabeza y tienen los ojos en los hombros, y la boca está situada en medio del pecho." (226)


En el caso de la hibridación, Mandeville, como otros viajeros, trae a colación uno de los ejemplos más emblemáticos, los cinocéfalos u hombres con cabeza de perro, que él describe así:

"Navegando por el mar Océano, se llega a una gran isla rica, llamada Nacumera. Sus habitantes, tanto hombres como mujeres, tienen cabeza de perro; se les llama cinocéfalos. Son gentes buenas, razonables e inteligentes, salvo en una cosa, adoran a un buey por dios. (222)

Además de lo monstruoso ligado al campo de las creencias, es de notar que todos estos ejemplos Mandeville los ubica en territorios insulares; lo cual resulta coherente si se piensa que las razas monstruosas, desde la Antigüedad Clásica, habitaron los límites del mundo o bien territorios disconexos con lo cotidiano y lo civilizado como las islas, los bosques y en sí cualquier país agreste que, para el pensamiento occidental, se codificara como lo exógeno. En este caso, un mundo exógeno materializado en territorios como Etiopía o África, donde Mandeville ubica los siguientes pasajes que pueden considerarse como parte de lo monstruoso construido por medio de la hipérbole:

En otra isla hay gente que tienen horrorosa hechura, pues tienen las orejas tan grandes que, cuando se quedan dormidos al sol, se cubren toda la cara con ellas. (226).

O bien, uno muy parecido en el que Mandeville afirma que:


En Etiopía hay gentes que sólo tienen un pie y caminan tan rápido que es maravilla verlos, el pie es de tal magnitud que da sombra a todo el cuerpo cuando, tumbados para descansar, lo proyectan hacia el sol. Ahí mismo, los niños tienen el pelo completamente cano, pero cuando crecen y se hacen mayores se hace completamente negro. (194)


Con respecto esta información, señalemos dos aspectos: el primero es que, con la mención a los niños de pelo cano nos encontramos indudablemente con una alusión del mundo al revés, cuyas leyes de acción son contrarias al mundo de lo cotidiano. Empero, hay que reconocer que esto es un viejo tema en el folclor de los pueblos que ya se observaba, incluso, en la obra de Plinio, la cual parece sino la fuente absoluta de todos estos pasajes, por lo menos sí algo muy cercano a ello; y es que, doce siglos antes de la existencia de Mandeville, (siglo I), Plinio señalaba lo siguiente en su Historia Natural:


Megástenes asegura que en un monte que se llama Nulo [ubicado en la India] hay unos hombres con las plantas de los pies vueltas, que tienen ocho dedos en cada pie; y que en muchas montañas una raza de hombres con cabeza de perro se cubre con pieles de fieras, emite un ladrido en lugar de voz, está armada de uñas y se alimenta de las fieras y aves que cazan […]. Ctesias escribe, además, que en cierto pueblo de la India las mujeres sólo paren una vez en la vida y los recién nacidos encanecen al instante. Él mismo también afirma que ahí existen unos hombres[…] que se llaman esciápodas, porque en los mayores calores permanecen tumbados boca arriba en el suelo, protegiéndose con la sombra de los pies; que no lejos de ellos […] hay unos sin cabeza, que tienen los ojos en los hombros, etc. (16-17, las negritas son mías).


Si hacemos un parangón entre la cita anterior y lo dicho por Mandeville, tendremos que lo único que cambia es el punto geográfico que ofrecen ambos autores (Plinio-India; Mandeville- Etiopía), lo cual en realidad no es significativo pues, como he señalado, ambos territorios se codifican como parte de la otredad, ya sea en la Antigüedad o bien en la Edad Media. Luego, cabe hacernos dos preguntas ¿Acaso Mandeville, doce siglos después de Plinio, vio lo mismo que el célebre naturalista latino en sus viajes hacia esas tierras situadas más allá? ¿O bien Mandeville escondió una carta bajo la manga y, desde la tumba, se sigue burlando al pensar que pensamos, efectivamente, que hubo un viaje hacia Oriente?

Al parecer, la respuesta es ésta última y es que; por una parte hay que señalar que la Edad Media jamás dejó de leer a los clásicos, a Plinio entre ellos; y las razas monstruosas pronto entraron al imaginario teratológico medieval que las cristianizó; no sin provocar un conflicto teológico, que se resolvió al darles a estos seres un origen de progenitores malditos y perversos como Caín y Lilith, a pesar de que San Agustín, en la ciudad de Dios, señalara que estos seres eran parte del plan divino.

Por otro lado, quizá más decepcionante, resulta el hecho de hacer, junto con la crítica, una afirmación tajante: en efecto, Mandeville nunca existió, sino que detrás de este nombre falso se escondió un bello embaucador, un personaje histórico del que poco conocemos, salvo que era un asiduo lector de pretendido origen inglés, que hacia 1360 vivía en la ciudad belga de Liéja, donde murió tiempo después. Mandeville, además de esto, nunca viajó a Oriente, sino que su conocimiento y su afamado libro de viajes fue una creación literaria, que partió de otras obras literarias, como las de Plinio o Marco Polo. Un hecho nada desdeñable, pues la literatura se hace de literatura y se ejerce como un oficio caleidoscópico. En otras palabras, la descripción que hace Mandeville con respecto a las tierras de Oriente y de sus monstruos es, ante todo, de conocimiento libresco, pues a lo más que viajó este pretendido caballero inglés fue a su propia biblioteca. Empero, el legado que nos heredó fue tal que el mismo Colón tuvo al Libro de las maravillas del mundo como libro de cabecera, mientras que actualmente nos regocijamos con la lectura de estas cosas maravillosas que, por monstruosas, no dejan de ser eso, mirabilia et admiranda.

Gerardo Altamirano. México DF 2009

Esta ponencia fue leída en el marco del III Coloquio de Literatura Gótica, organizado por la Facultad de Filosofía y Letras UNAM

Bibliografía mínima.

Los viajes de Sir John Mandeville. Edición y traducción de Ana Pinto.Madrid: Cátedra,

2001.

BLOCK FRIEDMAN, John. The monstrous races in the Medieval Art and Thought.

Syracuse, USA: University of Syracuse, 1999.

PLINIO “EL VIEJO”. Historia natural. Libros VII-XI. Trad. Ana Mª. Moure Casas.

Madrid: Gredos, 2003.

ROSSI-REDER, Andrea. “Wonders of the East: India in Classical and Medieval

literature”. En: Marvels, monsters and miracles. Studies in the medieval and early modern imaginations. Eds. Timothy S. Jones y David A. Sprunger. Michigan: Western Michigan University, 2002. 53-66.

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