martes, 19 de abril de 2011

Del Rómulo fundador al Rómulo que perdió Roma

Es bien sabida la historia de la loba capitolina y de los hermanos Rómulo y Remo, salvados por este animal que pronto se convirtió en el emblema de la roma imperial. Lo que no resulta tan conocido es que, al igual que el nombre de su fundador, Roma vio su fin con otro Rómulo, pero éste denominado Augústulo o pequeño Augusto, quien fuera el último de los gobernantes del imperio romano, a propósito de las celebres invasiones bárbaras. Este vídeo trata de condensar esta historia.






lunes, 18 de abril de 2011

Hacia una destrucción de la pequeña Edad Media


Hacia una destrucción de la pequeña Edad Media

Por: Gerardo Altamirano


Indudablemente, a pesar de que hayamos inaugurado el tercer milenio con un sinnúmero de avances tecnológicos, como el internet y otros elementos, seguimos calificando ciertas épocas históricas como buenas o malas para la humanidad. En este maniqueísmo absoluto, la Edad Media no ha corrido con tanta suerte como otras épocas históricas y culturales como el Renacimiento florentino del siglo XVI o bien la entrañable época del imperio romano. Y es que, a diferencia de estos periodos, a la Edad Media se le ha estigmatizado (por medio de películas, comics, frases hechas, etc.) como una época oscurantista en la que reinaba, supuestamente, la barbarie. Una época llena de caballeros sanguinarios que sólo tenían el objetivo de recuperar Tierra Santa de manos de los musulmanes (otro grupo estereotipado) que, desobedientes a la ley de Dios, se habían apoderado de lo que por un supuesto derecho le pertenecía al mundo occidental.


A la Edad Media, pues, se le califica de Edad Oscura (el término en inglés lo dice todo: Dark Ages). Una Edad en la Historia de la humanidad en la que supuestamente no hubo progreso intelectual ni artístico alguno; una Edad en la que la representación del hombre en el arte, por ejemplo, carecía de perspectiva o de proporción. Una Edad, insisto, en la que los hombres y las mujeres pasaban su tiempo ya sea en la guerra, en la siembra o bien, en el mejor de los casos, rezando en las iglesias y leyendo las historias bíblicas. No obstante, ¿podríamos seguir afirmando esto, si pensamos que lo que han denominado Edad Media tuvo una duración de, aproximadamente, mil años? Sólo alguien bastante necio y poco analítico tendría una respuesta afirmativa a esta pregunta.


En efecto, la gente que se dedica a estudiar y a escribir la Historia, es decir, los historiadores y los historiógrafos, dan como acuerdo que la Edad Media comienza el año de 476 y que termina en el año de 1492, con el advenimiento de cambios verdaderamente tangenciales como el descubrimiento de América. Sin embargo, estas mismas personas, expertas en el estudio del devenir histórico, saben, y así lo señalan, que la demarcación de estos años son simplemente herramientas de conceptualización. Y es que, como ya lo han mencionado muchos especialistas, los hombres que vivían en el año 475 no se fueron a la cama el 31 de diciembre con rostros tristes y apesumbrados por pensar que, a la mañana siguiente, se despertarían ya no como hombres de la Antigüedad Tardía, sino como hombres medievales. No; de ninguna manera las cosas son así. Los hombres que despertaron aquel 1 de enero del año 476 no se dijeron a sí mismos “mira, ya somos hombres medievales”, sino que la categoría histórica es mucho más compleja.


Para comenzar, digamos y recordemos una cosa. Fueron los hombres renacentistas (otra categoría conceptual e histórica), quienes denominaron a sus “precedentes” como hombres medievales. Así, en obras como Le vite de' più eccellenti pittori, scultori e architettori (Vida de los más excelentes pintores escultores y arquitectos) Giorgio Vassari, pintor y arquitecto florentino, afirmaba que, entre su generación, que había hecho renacer el arte y buen gusto de los antiguos y las grandes mentes de la Antigüedad Clásica se anteponía cierta época que él mismo calificó como Media: una Edad Media entre dos grandes momentos: la Antigüedad Clásica y el Renacimiento Florentino. Y con esta idea vivimos incluso hasta el tercer milenio, pensando que, en el caso de la literatura o la filosofía, ningún autor latino o griego se leyó durante esa etapa de tinieblas. No obstante, ¿cómo podríamos explicarnos el hecho de que, por ejemplo, el cristianismo, esté tan pleno de filosofía pagana, como la platónica; o bien que las narraciones de la Antigüedad Clásica –como la Iliada, la Odisea y la Eneida– hayan llegado hasta nuestros días y aún las tomemos como parte de aquello que Italo Calvino define como textos clásicos, no sólo por pertenecer a esta época histórica, sino por “encarnar” los bienes, aspiraciones, valores y antivalores de la humanidad?


Efectivamente, la Edad Media nunca dejó de leer a los clásicos, nunca dejó de emularlos, pero a su manera. De hecho, al hablar de “El Renacimiento” (me permito la ruptura de la contracción del), tendríamos que recordar que muchos historiadores también suelen hablar de los Renacimientos medievales que son, por lo menos, tres. El primero, el Renacimiento Carolingio de finales del siglo VIII y principios de siglo IX que, protagonizado por el primer unificador de la Europa postromana, Carlomagno, sentó las bases –por medio de las escuelas palatinas y monacales– de una institución que sigue vigente hasta el día de hoy; la Universidad. Por otro lado, debemos hablar del glamuroso Renacimiento angevino (centrado en las cortes inglesas y francesas) que dieron origen ni más ni menos que al amor cortés (fenómeno social, cultural y literario que mucho tiene que ver con nuestra actual manera de entender el amor); así como a una serie de historias de las que aún hoy en día seguimos hablando, me refiero a las historias del rey Arturo y sus caballeros de la Tabla Redonda. Finalmente, insisto, antes de hablar del Renacimiento de siglo XVI, es preciso hablar también del Renacimiento Alfonsí, que no sólo recuperó las historias de la Antigüedad Clásica y tradujo textos científicos árabes y hebreos, sino que trajo como resultado la instauración oficial de una lengua por medio de la cual actualmente nos comunicamos millones de personas en el mundo, el castellano.


Independientemente de esto, ¿podríamos hablar de una época oscurantista con referencia a una Edad en la que se formaron los países, las lenguas y muchas de nuestras instituciones como actualmente las conocemos? No. Y es que, en efecto, la Edad Media, esos mil años que dividen a la gloriosa Antigüedad Clásica y al sobrevalorado renacimiento florentino del siglo XVI, fueron en realidad el cigoto que hizo nacer nuestro mundo actual, nuestras lenguas actuales y nuestras literaturas actuales. Y si los hombres medievales, dibujaban, por ejemplo, de manera supuestamente desproporcionada, en realidad era no porque no tuvieran los conocimientos o la técnica para realizar lo que da Vinci hizo siglos después, sino porque simplemente esto no les interesaba y sus representaciones obedecen más a una percepción ontológica y espiritual, antes que a una físca y apegada a la “realidad.”


La Edad Media, en suma, para nosotros sigue y quizá seguirá siendo un misterio, pero me parece indicado mencionar que es hora de quitarnos, como ya lo han comenzado a hacer muchos especialistas en el tema, bastantes velos y prejuicios que tenemos con respecto a ella, pues pensar en la Edad Media, es pensar no en una época de blanco y negro, sino en una época esplendorosa, llena de color y sabiduría que nos aguarda por ser no reinterpretada sino pretendidamente conocida.


Recomendaciones bibliográficas

Pernoud, Régine. Para acabar con la Edad Media. Barcelona: Editorial José de
Olañeta, 1998.

Romero, Luis. Edad Media. México: FCE, 1995.